
Por Adolfo Pérez De León
Cuando hablamos de la República Dominicana, su independencia y el orgullo de ser dominicanos, es imposible no evocar la figura de Juan Pablo Duarte. Más allá de ser un héroe nacional, Duarte fue un visionario que trazó las bases de lo que hoy conocemos como el alma política dominicana: un espíritu de libertad, justicia y compromiso con la construcción de una patria soberana.
Duarte no solo lideró un movimiento independentista, sino que también diseñó una nación cimentada en valores que trascienden el tiempo. Su vida y sus escritos revelan a un hombre profundamente preocupado por la formación de una identidad nacional fundamentada en principios sólidos. En un contexto histórico plagado de intereses externos y luchas internas, Duarte soñó con una república donde el poder no fuera un fin, sino un medio para servir al pueblo.
El alma política dominicana, tal como Duarte la concibió, se sustenta en tres pilares fundamentales: la ética, la independencia y la justicia. Su visión, radical para su época, sigue siendo una guía imprescindible en el presente.
Una de las mayores lecciones de Duarte es la centralidad de las instituciones en la construcción de un país fuerte y soberano. No se limitó a fundar una nación, sino que también nos legó una ética política que interpela a cada generación. Hoy, frente a los desafíos actuales, su legado se presenta como un llamado urgente a retomar esos valores fundacionales. Nos invita a reflexionar sobre si estamos cumpliendo con el sueño de una República Dominicana verdaderamente libre, justa y democrática.
Si bien Duarte no llegó a ver su proyecto plenamente realizado, su ejemplo sigue vivo. Nos enseña que construir una nación es una tarea constante, un compromiso diario con los ideales de justicia, igualdad y progreso. Su vida nos inspira a mirar más allá de las dificultades del presente y a trabajar por un futuro en el que esos principios sean una realidad para todos.
En el aniversario de su nacimiento, o en cualquier momento en que reflexionemos sobre su legado, recordemos que Duarte nos dejó algo más que un ideal: nos dejó una responsabilidad. Ser dominicano no es solo un derecho, es también un compromiso con los valores duartianos que dieron origen a esta nación.
Que el ejemplo de Juan Pablo Duarte nos inspire a seguir construyendo el país que soñó: una patria donde la libertad y la justicia sean innegociables, y donde cada dominicano encuentre un espacio digno para desarrollarse y prosperar.